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AlAmanecerNET

Alan Moore: entre la tinta, la magia y el Londres invisible

mayo 23, 2025

Si existe un nombre capaz de conjurar, con una pluma cargada de alquimia, los rincones más oscuros de la política, la historia y lo sobrenatural, ese es Alan Moore.

Figura capital del cómic moderno, hereje entre los suyos y alquimista de la palabra, Moore no solo ha redefinido el lenguaje narrativo de las novelas gráficas, sino que ha hecho de su pensamiento una rebelión constante contra el poder, la lógica y la percepción convencional de la realidad.

A lo largo de más de cuatro décadas, este autor británico ha dejado una huella indeleble en obras fundamentales como Watchmen, V de Vendetta, From Hell, The League of Extraordinary Gentlemen o Promethea, piezas donde la política, la historia oculta, el caos, el simbolismo místico y la estructura misma de la narrativa se funden con una densidad casi litúrgica. Hoy, sin embargo, el viejo mago de Northampton ha decidido alejarse del cómic para entregarse de lleno a su auténtica pasión: la magia como instrumento de revelación social, como mecanismo de conocimiento y transformación del mundo.

El guionista que quemó sus puentes

Alan Moore nació en 1953 en Northampton, Inglaterra. Hijo de una obrera de imprenta y de un electricista, Moore creció en un ambiente de clase trabajadora y desarrolló desde joven una avidez insaciable por la literatura, la poesía, el arte y las historias prohibidas. Dejó la escuela sin titulación, fue expulsado de varios empleos, y comenzó a publicar pequeños cómics bajo pseudónimos. Su despegue definitivo llegó en los años 80, cuando revolucionó la escena del cómic británico y, poco después, la estadounidense.

Fue en Swamp Thing, para DC Comics, donde dejó claro que el género podía ser una plataforma para la poesía oscura, la crítica social y el terror metafísico. Pero fue Watchmen (1986), escrita junto a Dave Gibbons, la que detonó una transformación sin precedentes. En una ucronía política donde los superhéroes existen pero son corruptos, humanos y, a menudo, patéticos, Moore desmanteló las estructuras del poder y de la moral a través de una obra compleja, nihilista y profundamente inteligente.

Sin embargo, su relación con las editoriales fue siempre tensa. Las disputas por los derechos de sus obras y el mercantilismo del sector lo empujaron a romper con las grandes casas editoriales. Desde entonces, Moore se ha mantenido fiel a sus principios: jamás ha vuelto a ceder derechos a las majors, no ha aprobado ninguna adaptación cinematográfica de sus obras, y ha renegado públicamente de Hollywood, a cuyos productores acusa de parasitismo cultural.

El pensamiento ocultista y la magia como arte

A comienzos de los años 90, Moore declaró públicamente que era un mago. Esta afirmación, lejos de ser anecdótica o performativa, forma parte medular de su pensamiento. Influenciado por Aleister Crowley, William Blake, Austin Osman Spare y Philip K. Dick, Moore entiende la magia como una forma de arte que no busca hacer levitar objetos ni lanzar hechizos sobre enemigos, sino alterar la percepción de la realidad y revelar lo invisible: el poder, la historia oculta, la mentira estructural del mundo moderno.

Para Moore, los dioses no existen como entidades autónomas, sino como manifestaciones psíquicas, arquetipos simbólicos que emergen de la mente colectiva. La figura de Glycon, un dios serpiente romano de dudosa procedencia, es su divinidad tutelar, un símbolo de su compromiso con la ilusión, la transformación y el caos creativo.

En su monumental serie Promethea, Moore explora la Cábala, el tarot, la astrología, el mito y el lenguaje como puertas hacia una percepción mágica del universo. Más que una historia lineal, Promethea es un tratado filosófico sobre la imaginación como poder revolucionario y sobre el arte como vehículo sagrado.

De la novela gráfica al grimorio moderno

Desde que abandonó el cómic comercial, Moore ha dedicado su energía a la literatura. En 2016 publicó Jerusalem, una novela colosal de más de mil páginas ambientada en su ciudad natal, donde se mezclan la historia local, la teología, el tiempo no lineal y las visiones místicas. Jerusalem es, en muchos sentidos, un grimorio narrativo, un conjuro extenso que transfigura lo cotidiano en un espacio sagrado.

Ahora, con más de setenta años y una barba que parece una reliquia druídica, Moore se embarca en una nueva etapa creativa. En recientes entrevistas ha anunciado una serie de novelas ambientadas en un Londres oculto, alucinado y mágico, donde los símbolos, las ruinas, los ecos históricos y los espectros ideológicos se entrelazan. Esta nueva saga, aún sin título revelado, aspira a continuar su cruzada por el uso de la literatura como ritual mágico, como detonador de conciencia política y como espejo de lo no dicho.

Anécdotas de un hereje moderno

Las anécdotas sobre Alan Moore son tan extraordinarias como su obra. Una de las más conocidas es su rechazo rotundo a aparecer en las alfombras rojas o a participar en eventos de promoción de películas basadas en sus cómics. Cuando se estrenó V de Vendetta, Moore exigió que su nombre fuese retirado de los créditos. También ha relatado en entrevistas cómo, tras practicar rituales mágicos, ha tenido visiones de dioses paganos, conversaciones con su propio Yo futuro y epifanías poéticas que han dado origen a sus obras más extrañas.

En su estudio, lleno de libros esotéricos, velas, símbolos grabados a mano y figuras de serpientes, escribe a mano, con tinta, y afirma que el lenguaje es en sí mismo una forma de hechicería. “Escribimos hechizos”, dice, “por eso se llama spelling”.

Moore ha protagonizado conflictos con otros autores, se ha retirado de convenciones, ha lanzado invectivas contra el sistema capitalista y ha defendido con fervor la autodeterminación de los artistas. Pese a ello, nunca ha dejado de inspirar. Su figura oscila entre la del chamán urbano y la del profeta maldito, un Blake post-industrial que recita versos oscuros en medio de una ciudad desmoronada.

La política de lo invisible

En la visión de Moore, la magia no es un escapismo sino una herramienta política. Frente a una sociedad cada vez más controlada por el espectáculo, los algoritmos y la alienación, él propone una insurgencia mágica: recobrar la imaginación como acto de subversión, reencantar el mundo y revelar las estructuras de poder que se ocultan bajo la superficie de lo visible.

Sus futuras novelas prometen ser más que relatos de ficción: serán invocaciones. Londres, esa ciudad donde se cruzan las líneas de poder del imperio, los secretos templarios, la alquimia, los crímenes y la literatura, será el escenario de una nueva guerra simbólica donde Moore —desde la sombra— nos invita a ver con otros ojos.

El Alan Moore del siglo XXI no es un guionista jubilado, sino un mago en plena expansión. Uno que ha cambiado los viñetas por conjuros, el storyboard por los grimorios, y las convenciones del entretenimiento por el misterio eterno del símbolo. Mientras el mundo acelera hacia la virtualización total, él enciende una vela, traza un círculo y escribe.

Porque quizá, como siempre ha dicho, lo que el arte realmente puede hacer es alterar el tejido de lo real.