
Publicada en 1979, Las fuentes del paraíso (título original The Fountains of Paradise) es una de las obras más visionarias de Arthur C. Clarke. Ganadora del Premio Nébula de 1979 y del Premio Hugo de 1980, la novela explora con asombroso rigor científico la construcción de un ascensor espacial de 36.000 kilómetros de altura, una idea inspirada en el concepto del ingeniero ruso Yuri Artsoutanov y posteriormente retomada por Charles Sheffield en su novela La telaraña entre los mundos.
Su protagonista, Vannevar Morgan, es un ingeniero brillante del siglo XXII, famoso por obras colosales como el puente de Gibraltar. Ambicioso y solitario, decide culminar su legado con un proyecto sin precedentes: tender un puente entre la Tierra y el espacio mediante un cable de fibra monomolecular de carbono. Para lograrlo, debe vencer la incredulidad de sus contemporáneos, la oposición social y religiosa, y asegurar la financiación de su audaz iniciativa.
La trama se entrelaza con el primer contacto de la humanidad con una inteligencia extraterrestre: la sonda interestelar Starglider. Esta, durante su breve paso por el Sistema Solar, entabla un diálogo profundo con los humanos, desafiando sus creencias y ofreciendo una perspectiva diferente sobre ciencia, filosofía y religión. A través de estas conversaciones, Clarke reflexiona sobre el papel de la fe y el impacto del pensamiento racional en la sociedad.
El lugar elegido para el anclaje terrestre del ascensor es una montaña en la isla ecuatorial de Taprobane, escenario cargado de historia y espiritualidad, que alberga un monasterio budista y el santuario del legendario déspota Kalidasa. Clarke contrapone así la ambición desmesurada de un antiguo monarca que quiso erigir una escalera al cielo con la visión tecnológica de Morgan, capaz de convertir ese sueño en una realidad tangible.
La oposición más férrea proviene de los monjes del monasterio, liderados por Choam Goldberg, un brillante matemático convertido en asceta, decidido a impedir cualquier expropiación. Este conflicto sirve a Clarke para ahondar en su crítica hacia la fe ciega que, según él, puede convertirse en un obstáculo para el progreso.
A pesar de los sabotajes y de un fracaso inicial durante la prueba del proyecto, Morgan logra el apoyo del gobierno de Marte y, finalmente, de la Tierra. Paradójicamente, los monjes ceden después de que una tormenta artificial —provocada por Goldberg para destruir el proyecto— cumpla una antigua profecía que indicaba el momento de abandonar el templo.
El ascensor espacial se construye en pocos años, pero Morgan, aquejado de problemas de salud, acaba sacrificando su vida para salvar a un grupo de operarios atrapados en un accidente. Su heroísmo se convierte en el símbolo definitivo de la conquista humana del espacio.
El epílogo, situado 1500 años después, muestra a una delegación de inteligencias artificiales descendientes de los creadores del Starglider, contemplando con admiración la obra de Morgan, todavía en funcionamiento, como un monumento imperecedero al ingenio humano.











